Si hablamos en términos de estricta competitividad, la historia del gaming portátil no tiene más de una década. 2006 marcó el punto de inflexión porque nació una necesidad real por elevar la categoría.
Quien haya cargado su torre en la trasera de una furgoneta para presentarse a tiempo en una LAN party seguro que recuerda la paliza de tapar la CPU y el monitor, que a veces llegaba roto o con algún picado en el marco. Con un portátil nos olvidamos de todo esto.
En el terreno de los eSports, las majors ya contaban con un modelo establecido. Counter-Strike, Quake 3 y el Trono Helado de Warcraft III (la querida expansión) marcaron la pauta en eventos como el World Cyber Games o el ESWC. En cualquier caso, no se apostaba por diseños innovadores, la inversión en I+D estaba bajo mínimos porque los equipos se diseñaban para cubrir un amplio espectro de necesidades. Esto es, ser funcionales en tareas ofimáticas y, si queda un ratito, poder jugar a Half Life en casa.
Lo máximo que podíamos esperar era una gráfica NVidia GeForce 8700 GT, 300GB de disco duro y microprocesadores o bien Intel Core 2 Duo o los populares AMD Turion X2. Por suerte, las cosas iban a cambiar para siempre. Y es que el juego portátil ofrece más ventajas de las que asumimos.
Un diálogo entre necesidad y usabilidad
2014 dejó otro hito dentro del gaming: la norma no escrita de que el rendimiento extremo sólo podía venir por parte de una torre fue retada. Fabricantes como Acer presentaron familias gaming separadas de sus equipos matrices. Predator encontró su nuevo nicho en portátiles ligeros con gráficas hasta entonces impensables. Como la propia Intel afirmó, entre los 45 nanómetros de 2007 y los 14 de 2014 lograron duplicar el rendimiento.
De la tarjeta de vídeo integrada a esa gráfica demente con tres ventiladores, los jugadores portátiles hemos vivido una historia apasionante, una medida en FLOPS y no en meses. Los distintos fabricantes han entendido que existía una necesidad a abastecer. A lo largo de esta carrera nos hemos encontrado con todo tipo de cantos al exceso. Y si preguntamos qué fue antes si el huevo o la gallina, muy probablemente la respuesta será: «estaba harto de jugar al Gothic a 20fps».
Algunas casas como Acer, patrocinador oficial de majors como el All-Star 2017 de League of Legends, han entendido también que implicarse con el jugador es implicarse con las necesidades que germinan sobre los propios juegos. Desde 2014 han ido sucediéndose distintas alianzas con los juegos más populares, desde el citado LoL hasta la Overwatch League. Porque este debe ser un diálogo a dos bandas.
Sin hora límite
De los ordenadores portátiles siempre se reprochan las restricciones que imponen las capacidades de las baterías. Aunque las especificaciones digan que ese ordenador que tanto nos gusta puede aguantar 10 horas de embate, la realidad es que cuando estemos jugando, con el ventilador a todo tren, raro es el modelo que supere las 4 o 5 horas de batalla.
Por supuesto, para todos los dudosos existe una palabra: ubicuidad. Ya sabemos lo que es empezar un par de rondas rápidas al PUBG y acabar a las 5 de la mañana haciendo raids en el enésimo MMO.
Los portátiles no limitan el uso a unos escenarios específicos. Es algo que ya sabemos todos: del metro al instituto, del autobús al viaje exprés en tren, del trabajo al cuarto de baño. Quien quiera lo usará donde quiera. Tendremos que buscar un enchufe cada cierto tiempo, claro, pero no tendremos que estar enchufados en un lugar durante un horario concreto.
Una (r)evolución tecnológica
Las memorias sólidas encontraron su idilio perfecto en los sistemas portátiles: menos ruido gracias a evitar los componentes mecánicos, menos espacio, rendimiento mucho más ágil y mayor seguridad frente a golpes. Porque un sobremesa rara vez visitará el suelo —salvo arranque de rabia desenfrenada—. Los usuarios de portátil, en cambio, sabemos demasiado bien lo que es reposar el laptop en el sofá y verlo escurrirse hasta las baldosas.
Hay una sentencia que se pronuncia como máxima cada vez que alguien quiere hablar de juego portátil: por la mitad obtienes lo mismo en sus sistema de sobremesa. Pero a decir verdad, los sistemas portátiles son usualmente más económicos que los sobremesa en su rango tecnológico. Son versiones adaptadas y optimizadas para sus distintas funciones.
Los sistemas portátiles son usualmente más económicos que los sobremesa en su mismo rango tecnológico
Decíamos que el juego portátil dio su pistoletazo de salida en 2006. En términos nominales, el precio de los ordenadores portátiles —y con énfasis en el gaming— ha decrecido más de un 60% en la última década. Deberíamos, en todo caso, olvidar una posición que se remonta a tiempos pasados. Hoy día, con procesadores como Pascal o los futuros Turing —también conocidas con el nombre en clave Ampere—, aquellas sentencias no tienen lugar.
Nvidia ha espoleado esta carrera con GPUs mucho más eficaces, sumado a tecnologías como Optimus, BatteryBoost, Max-Q y WhisperMode. Max-Q, por ejemplo, reduce el consumo de la GPU a la mitad pero permite usar la potencia completa de una GeForce GTX 1080 cuando es necesario. Más potencia en sistemas más delgados y con menor consumo energético.
Con la ventilación sucede algo similar. Equipos como el Predator Helios 300 de Acer cuentan con el software PredatorSense, que ajusta la velocidad de los ventiladores en base a la necesidad del equipo y, por otro lado, cuentan con un hardware renovado, turbinas AeroBlade 3D, las cuales optimizan el caudal de aire mediante un sistema de aspas, delgadas como cuchillas, que absorben más metros cúbicos de aire en menos ciclos.
Los portátiles gaming llevan un par de años en el mundo de los eSports por algo. Ya empezamos a ver leyendas como SKT T1 ataviados con portátiles. Y no nos engañemos, los Battle Arena son bastante traicioneros: parecen no consumir muchos recursos pero la necesidad de un rendimiento elevado, monitorizar y realizar streaming de la partida puede llegar a absorber toda la potencia.
Por suerte, si se va la luz a mitad de una competición nadie tendrá de qué preocuparse.
Fuente: Xataka